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OPINIÓN: El votante ludópata.

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Reproducimos, por su interés, este artículo de opinión de:

J. Raúl Marcos

Psicopedagogo y orientador familiar

 

Ante las próximas elecciones se me ocurre pensar que los ludópatas podrían compararse con los votantes compulsivos del mal menor. El votante compulsivo del mal menor es -al igual que el ludópata- alguien que actúa irracionalmente, en virtud de un auto-engaño que le lleva a pensar que la victoria de su partido es su victoria. El ludópata mete las monedas o apuesta contento, y recibe una satisfacción por ello, como el sonido de la máquina que su acción ha provocado. Una mísera recompensa le parece que compensa con creces todo lo que ha invertido. Cree invariablemente que siempre ganará, que «a la larga» ganará. La realidad es que por mucho que el partido defraude las expectativas una y otra vez, el votante compulsivo sigue creyendo que le ha ido bien, que las cosas van mejor con su partido, y considera que una pequeña satisfacción compensa mil errores y desmanes. Hay que seguir apostando, el espejismo de ganar le mantiene esperando en un futuro de éxito.

 Además, este engaño anula todo juicio crítico. Aunque el ludópata se lamente en algún momento de lo que ha perdido, aunque prometa no volver a jugar, miente. Lo vuelve a hacer. Y lo hace porque no se cree lo que dice en esos momentos de «cordura». Ni siquiera es capaz de reconocer todo lo que ha perdido, reconocerá sólo una parte. Y no se cree que la culpa de sus desgracias es que han jugado con él, que le han engañado y que otros se alegran de su ruina y viven de ella. No. Cree que la culpa de sus desgracias es la mala suerte. Deja en manos de una variable incontrolable como la suerte todos sus males. Así, el votante compulsivo del mal menor no es capaz de reconocer que quien le ha engañado no merece más su confianza, que si las cosas están peor es por culpa de los políticos a los que ha votado, y por tanto, por su culpa, por votarles. No, en vez de eso achacará a factores incontrolables o a factores externos todos los males.

 Para que este auto-engaño funcione, es necesaria la presencia de un anzuelo o reclamo. En el caso del ludópata puede ser la música de la máquina tragaperras, en el caso del votante compulsivo del mal menor para movilizarle puede bastar con la música y la propaganda de su partido de toda la vida, o cualquier eslogan o insulto al contrario (la amenaza de que llegan los otros suele ser la más efectiva). Y es que el voto compulsivo al mal menor tiene mucho que ver con el voto del miedo a los otros. Eso lo saben los del partido de nuestro sufrido votante, ese partido que ha mentido, defraudado, robado, incumplido toda clase de promesas, ése que no se corresponde con la imagen ideal que el votante compulsivo tiene en su cabeza de lo que es el partido. Pero da igual. Reclamo, música, y urnas. Y a esperar a las próximas elecciones para volver a movilizar a los votantes compulsivos del mal menor.

 Donde hay una gran diferencia es en el terreno de lo que pierde un ludópata y un votante compulsivo. El ludópata arriesga su dinero, hasta el punto de endeudarse para jugar, hasta el punto de mentir o robar para jugar, hasta el punto de perder su casa, su trabajo, hasta el punto de poder ir a la cárcel, hasta el punto de enfermar, hasta el punto de perder su familia. Es un monigote, un esclavo, que puede llegar a perderlo todo, incluida su dignidad. El votante compulsivo del mal menor arriesga y casi siempre pierde la economía de su país, la sociedad, la educación, los medios de comunicación, la moral, expone a sus hijos a manipulaciones ideológicas, a mentiras sin fin, vende su patria a traidores, se expone al triunfo de los terroristas, de los mafiosos, de los vividores, de los especuladores, de los violadores. Asiste impertérrito a que lobbies perversos y sectas secretas gobiernen en la sombra, dirigiendo según sus intereses a los hombres de paja que colocan en los partidos que él ha votado.

 En fin, al depositar su voto mancha sus manos de sangre inocente, colaborando en el mantenimiento de leyes inicuas que no pueden sino acarrear maldición e ignominia para la familia y para el país de este pobre votante compulsivo. Anula su conciencia, votando a partidos que quieren su voto y sus impuestos, para legitimar y sufragar toda clase de aberraciones y abominaciones. Su conciencia, sí, porque acepta el mal, no como mal menor, sino como si fuese bien. Aprieta el gatillo del arma homicida, del arma cargada para asesinar lentamente a toda una sociedad. Ante la horca o el envenenamiento, cree que la única opción es defender el veneno, por miedo a la horca, y con ello no sólo acepta el veneno en su alma, sino que acepta (¡gran responsabilidad ésta!) que se envenene a toda una sociedad, la que va a dejar a sus hijos. Los que le avisan de que el veneno es veneno le parecen locos, idealistas, personas poco prácticas, poco pragmáticas, ignorantes, que no entienden de los «factores externos», ahora Europa, ahora la economía, ahora la globalización, ahora las crisis, ahora la evolución de la sociedad… Siempre hay una excusa para no mirar de frente a la realidad, a los problemas, a la enfermedad. Nuestro votante compulsivo del mal menor huye de los que le tratan de sacar de su engaño como el ludópata huye de los psiquiatras. La fuerza del engaño tiene más aceptación que la fuerza de la razón. Así nos va la democracia y por eso hay más ludópatas que psiquiatras.

 Es cierto, hay una gran diferencia entre un ludópata y un votante compulsivo del mal menor: el segundo arriesga y pierde mucho más.

Un comentario el “OPINIÓN: El votante ludópata.

  1. Pepe Rodríguez Hervella
    julio 11, 2014

    Enhorabuena por este artículo. Magnífico y muy bien expresado. Estoy convencido de que los que apostamos por una Política con mayúsculas tenemos por delante un arduo e ingrato trabajo de campo: enseñar al que no sabe, organizar o participar en foros de debate de carácter social, haciendo valer los principios en los que creemos (vida, familia, unidad de España…).

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Esta entrada fue publicada el May 20, 2014 por en EUROPEAS 2014, IMPULSO SOCIAL, J. Raúl Marcos, OPINIÓN.

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